Candidez amorosa, mis pasos de alondra, pisaron el otoño
húmedo y te sentí volar entre la fronda indiferente de viejos pergaminos, te
fuiste lejos, a lugares inciertos.
Quise seguir tu vuelo solitario, quise amarrar mis ojos a
tus amadas alas, quise rehacer mis dedos con tus plumas, quise volar cerca de
ti, entretejiéndome entre tus cálidas caricias.
Candidez amorosa, inocente, crédula, creía fácil seguirte y
tenerte cerca, más tú volabas, volabas…
Autómata, juguete de papel y cielo y te tragaba el viento y
te mordía la distancia luminosa.
Y yo, soñaba… soñaba… que hoy… tal vez mañana… quizás un día
yo sería la rama de tu nido.
Candidez amorosa, entre trinos y cantos, versos y metáforas,
tejiendo nuestro hogar para ser tuya en nuestra rama y donde allí posarás tu
piel con el ahogo de tu aliento.
Pero el tiempo pasó, lento, muy lento, no hubo nido, tú
volaste…
Fuiste un cuento, mi sueño, mi leyenda de otoño en serenata.
Candidez amorosa, cuando mis ojos gritan tu nombre en la
soledad de la distancia imperdible, el recordar el abrazo de tu piel, de nave
humedecida, me sacude y me hiere, me desdobla y me eleva, buscándote en esa
distancia lejana donde tú te resguardaste, te escondiste.
Mi vida es ahora un cielo trivial de sueños locos que llenas
con tu aliento de viajero errante y taciturno.
Aprieta mis deseos, caliéntame las carnes con tu pasión de
viento.
El sol será mañana un plato de lujurias y tú serás mi boca y
mis manos desgajadas.
Candidez amorosa, ¿adónde me conduces? ¿Por sendas de ingenuidad,
candor, inocencia?
Creo en todo lo que me rodea
y a veces agobiada, debilitada, por creer en imposibles, me tiendo en el
manto oscuro y plácido del campo abierto a la noche y entre las estrellas
rutilantes me voy en tu búsqueda con tus sueños y pensando imposibles, que
nuestro amor como pájaro sin alas, se acurruca desarmado en nuestros cuerpos,
en nuestras bocas, en nuestros corazones.
Candidez amorosa, canta el río mojado de tipas y empedrados
en la sed del silencio y en el anhelo como lenguas de fuego se consumen
nuestras formas fundidas en el tiempo inagotable.
Placeres y gozos, caricias que desgarra, besos que dibujan
nuestros rostros temblorosos.
Es nuestro amor que muere cada noche para nacer… y volver a
morir a cada instante.
Amor mío, desboca los temores indefensos, mi aliento con tu
boca, haz mi piel con tus ojos de humo y del mundo sin final la comunión de una
eterna entrega.