Estos son los poemas de Martha Urquizó, poeta uruguaya que ya publicara quince libros de poemas de amor en Montevideo, Uruguay, titulados: Logros de Vida, Mi Verso es un Canto, Los Colores de los Sentimientos, El Abrazo de la Luna, Poemas que Viajan, Sinfonías de Amor, Crónicas de Amores Vivídos, El Cantar del Alma, Memorias del Viento, Cartas al Amado Ausente, Amor, Pasión, Dolor, Historias de Vida, Verdades Incomprendidas, Palabras en silencio y El Aroma de la Noche.
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jueves, 2 de abril de 2015
Daga hiriente
Daga
hiriente,
atravesó
mi corazón
y
traspasó los límites de mi cuerpo
en mi
mundo frágil,
me
hirió muy dentro,
lastimando
mi Yo íntimo.
Hemos
vivido juntos,
el tiempo se contaba
apenas
por minutos,
un
minuto era un siglo,
una vida, un instante de amor.
Nos
cobijaban techos,
menos que techos, nubes,
menos que nubes, cielos,
aún
menos, aire, nada.
Daga de
dolor,
inmenso océano de lágrimas
inundó
mares y ríos.
Galerías
enormes de congojas,
pesares,
tristezas,
sin
pisadas de dos, ni estelas recordadas.
Daga
hiriente
como
punzantes flechas afiladas
cursaron
el aire y traspasaron mi pecho
dejando
heridas punzantes en el alma
y las
manos vacías y yertas de amor.
Mi
lecho de nubes,
el nido
de amor quedó vacío,
sangrante,
frío, solo.
¿Será
este minuto próximo
o mañana o en el borde mismo
ya del
jamás donde tu carne y la mía,
mi
nombre y el tuyo
no se
encontrarán?
Daga
hiriente,
de
pesar, de un latiente sufrir
que
hace brotar lluvia de llanto
entre
mantos de niebla,
húmeda de cristales,
de
hielos lacerantes
que se
hunden en mi espíritu,
sin
fecha y sin nombre.
Hoy,
nuestros besos
están
solos en el nido vacío y sangrante.
No
queda nada,
absolutamente
nada del ayer
vivido
entre cantos, poemas, músicas,
sólo
queda este dolor agudo,
lacerante, tétrico
que
reboza y agita mi espíritu
sintiendo
la vida
como un
sueño trémulo, no vivido.
Daga
hiriente,
estoy
al otro lado de los sueños
que
soñaba a ese lado
que se
llama la vida que se cumplió.
Y ahora
de tanto haber realizado nuestro soñar,
nuestro
cuerpo está en dos cuerpos.
El mío
herido,
cuajado
de orlas negras.
Mi
espíritu desdichado, acongojado,
no puede volar alto,
las
tinieblas lo rodean,
le
impiden ascender a lo alto
buscando
la paz imprescindible
para
nuestro existir.
Daga
hiriente
que por
milagro me escapa
de
tantas agonías
soslayando
en laberintos del alma fugitiva,
lugares secretos
donde
me lastiman y hieren.
Me
refugio en cuevas oscurísimas
para no
sufrir sin sentir mi cuerpo
en el
que el dolor pueda dolerle
buscando
lugares sin espinas
entre
tinieblas con luces esquivas.
Mi
mundo interior
lleno de esperanzas marchitas,
sufre entre ilusiones perdidas
y sin
tocarme apenas
rozan
mi frente alas de profecías.
Me
siento herida de muerte sin heridas,
me
abandonaste,
ya soy
parte del tiempo de tu olvido.
Necesito
que mis dudas se disipen,
ver la
aurora en fiestas nacarinas,
en
rosas, en albores,
el
tiempo que perdí sufriendo.
¡Desaparezcan
palabras vividas!
¡Encuéntrenme
mañanas sin neblinas!
¡Que se
acerquen dichosas
tardes
otoñales entre frondas verdicientas!
¡El
amor me espera,
con
nuevas pasiones
y ardores sin fin!
Secretos inconfesables
Secretos
inconfesables,
perdidos
entre mil pétalos
blancos,
amarillos y rojos
que
colman mi campo
como
manto entretejido
de “te
quiero y no te quiero”.
Son
conciertos
de
notas aterciopeladas
moviendo
a ratos el sauzal
y
después tornándose
a la
quietud hecha de amores perdidos
y
hallados sin saberlo
entre
cantos y sentires.
¡Oh,
vientos del jardín de los recuerdos!,
desde
el fondo soplad,
trayéndome
los secretos inconfesables
que los
quiero recordar.
Entre
albas transparentes
vestidas
de ilusión,
cuyos
llantos sin causa
derramaron
sobre las flores,
mi
inocencia pasó.
Secretos
inconfesables,
tengo
pétalos en los labios
y
palabras escarlatas
que
jamás he intentado pronunciar.
Tengo
secretos inconfesables,
que de
tanto guardarlos,
los he
perdido
entre
mil pétalos blancos
que mis
ojos viajeros del tiempo,
cansados
de pronosticar,
se
diluyen
entre
este mar de añoranzas perdidas.
Tengo
pétalos
pegados
en mis sienes,
en mi
pelo, en mis manos,
en mis
yemas,
como
plumillas
que
escriben sueños, nácares, tesoros…
Tengo
pétalos,
suaves
pétalos carnosos
de mis flores
preferidas,
debajo
de mis pies,
recorriendo
el gran sendero blanco,
amarillento,
de mi nido de amor.
Invierto
en el presente,
apuesto
a futuro, a poesía
y floraciones
perennes,
a todos
los secretos inconfesables
por
amor,
a los
pensamientos cárdenos de la vida.
Tengo
en suma
un chal
de pétalos tejidos
y
destejidos de flores deshojadas,
alegres,
coloridas,
al que
accedo una y otra vez
por
éste y otros poemas
inspirados
por ti, mi amor.
Secretos
inconfesables,
perdidos,
desperdigados
en el
manto de flores mágicas
de mi
lecho de ilusiones
de amor
por ti,
irradian
el fulgor que seca
las
fuentes de mi llanto.
En sus
pétalos te recuerdo
y
amorosa te exalto,
mientras
en la tarde
te inclinas
en tus largas manos
y te
envuelven como tules
que en
tu pecho se derraman.
Secretos
inconfesables,
manantial
de dicha
que
suave se extiende
entre
caminos y senderos
remontando
los sueños
a las
nubes altas
como
río de la música,
llovizna
de suaves pétalos,
que
serenamente,
por
dentro, nos abrazan.
Pequeñas promesas
Pequeñas
promesas,
vienen desde muy lejos,
nos
atrapan, nos envuelven,
dándonos
alegrías al escucharlas.
Son
fugaces y tiernas,
nos
despiertan sentimientos
que creímos ocultos,
que ya
nos habían abandonado.
Pequeñas
promesas de amor,
de un
amor que arrastra recuerdos vagos,
ya casi
olvidados,
los
cuales creí inexistentes
pero
cuán profundos
se
arraigaron en nuestras almas.
Nos
hacen crecer poderosas alas
para
cortar como golondrina
el
cielo azul y celeste
de esta
aurora nueva
y me
siento casta, luminosa,
transparente, serena,
andando
libre y sin sombras
en un
camino de estrellas.
Pequeñas
promesas
que
pasan por el aire como ramos verdes,
cercando
mi sosiego,
posando
un viento en mis labios,
guardando tu augurio en cofre de plata.
Mis
manos están prontas
a recibir tu ofrecimiento,
rogando
que se cumplan mi deseo
de
estar junto a ti,
tan sólo instantes, minutos de mí existir,
calmo y
sereno.
Pequeñas
promesas,
te escucho, te nombro y te reclamo
y mi
deseo reverdece hacia adentro,
puliendo artesonados tu ausencia.
Recorre
mis orillas
un
viento adolescente en primavera
y en
este otoño mío
la
estirpe de mis cantos se levanta
y la sangre vibra, palpita,
te
convoca y te necesita a mi lado,
entre suspiros entrecortados y hondos.
Pequeñas
promesas,
el indicio de ti, es como un signo
de
dorada abeja en el aire de alelíes,
la miel de mis labios muda
al
carmín tus besos esperados.
Renuevas
mis anhelos y esperanzas
y
siento crecer en mis solares,
olivos,
laureles y mirtos blandos
y
proclama con todos mis sentidos
¡tuya
soy entre aires de cristal
y oros
perfumados!
Pequeñas
promesas,
tan
sentidas y anheladas
que
temo despertar en tus pupilas
por no
apoyar mis ojos en los tuyos
y por
un breve resquicio de mi frente
se
asoman a mi pecho tus sentidos
y
tiemblan las barandas de mi cuerpo
al
sentir apoyar tus leves
y
deseados brazos
en mi cuerpo estremecido.
Pequeñas
promesas,
siento
promisiones que de tu piel sin nubes
se
levanta un sol joven de rosas circuido
y mi boca en la boca del estío
se
inicia en el secreto de nombrarte.
Te
llamo hasta quebrar mi voz,
no me
defraudes,
prométeme no olvidarme,
sé que
el amor se despertó en los dos
y se
derramó en nuestras almas,
reflejándose
tu imagen en mi cuerpo
como el
frescor de la creación primera.
¡Pequeñas
promesas,
acérquense,
arrumáquenme,
denme
la tibieza primera
de un
amor amanecido y luminoso!