El ruido del silencio embarga mi alma, ruido sordo,
amortiguado, ambiguo, lejano.
El silencio es el ruido más fuerte, quizás el más fuerte
de todos pero en él sólo se escucha lo esencial.
Allá muy dentro de nuestro propio silencio y con valor
avanzaremos en la soledad de nuestro corazón, llegaremos hasta la luz, más allá
de las palabras y explicaciones y encontraremos en un pequeño recoveco todo el
gran amor que fortalece nuestras almas.
No puedo oír el ruido del silencio sino encerrarme en mi
interior y sentir llegar tu arrullo, de a poco, despacio, como poemas escritos
en noches enteras.
El ruido del silencio, no quiero oírlo, ni siquiera la
voz que me sale de adentro, sólo sentir que desde lejanos lugares tú me estás
queriendo y saber que estoy soñando despierta.
Quiero un amor callado, sin ruidos del silencio, que en
la discreta madrugada pone junto a mi reja la ilusión de una estrofa perfumada
como música olvidada de esperanzas que esperan sin ruidos, pero en silencio.
El silencio que crece con el amor, deja escondido los
ruidos, los pesares y es en el lenguaje mudo, sin voz ni palabras, el que nos
lleva a la dicha suprema con sones de arpas y calor de besos.
Los ruidos del silencio se
los lleva el viento y al atravesar los rayos del sol una luz los traspone hasta
el firmamento, en un viaje hacia orillas del fin del mundo dejando que en nuestro interior sólo se oigan como bañadas
con aguas de lluvias cristalinas las
palabras que nos vibran con el cálido amor más allá de todo.
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