Soy como el ancla, inamovible, fondeada en el
tesoro del amor postrimero, que hizo llamear su luz, la cegadora luz que me
rodea.
Soy el ancla, sin fondo de arena, que dibuja
frases, rimas, letras, como trazando huellas en el mar.
Tú, mi amante, tienes las llaves y el timón de
mi vida, el ancla de todo mi destino.
Tú, mi luz, eres tripulación total de mis
espigas, tesoro de mi vida que por tí es un ancla inamovible, entre puertas de
llegar y de partir.
Y me hallaste con tus manos, buscándome a tientas,
con tus palabras llamándome, con tu boca que el vacío besaba y en un prodigioso
pacto, ésta, tu ancla se convirtió en tu refugio, victoria gozosa de los dos.
Yo estaba detenida, inmóvil, aferrada al borde
de la vida en el grave concierto del otoño, escuchando cómo los violines
agitaban las olas en el mar y tú llegaste y me llevaste contigo a tu mundo,
disipando para siempre las neblinas que me envolvían como en un áncora de
bronce y cristal.
Ancla inamovible fui, ya que ahora en el rojo
silencio de mis ríos interiores, duerme la esencia de tu ser.
El amor retenido, cercado de tinieblas, al
infinito se alarga porque tú, mi amado, lo hiciste surgir, como una luz que se
encuentra con otra luz, quedando iluminado el mundo como por un milagro que no
puede ser recuerdo porque el recuerdo es la pena de sí mismo.
Sólo vale vivir queriéndose, buscándose en este
tiempo, en toda una eternidad.
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