Cálidos
crepúsculos, junto a tu lado, frente al mar, el horizonte cuajado de mil
colores polifacéticos nos envuelve en su magia de espejismo, de visiones que
nos transportan a nuestro mundo de dos, hundiéndonos lentamente en la inmensidad
del cielo.
Cálidos
crepúsculos, admirable naturaleza, siempre la misma y diferente, maravillosa de
belleza, renovada constantemente que nos sumerge en oleadas de pasión frente al
sol anunciando su poniente bajo la celeste amplitud.
Estos
momentos imborrables son fuente de inspiración de poemas de amor y manantial de
ritmos y cantos y los versos como tesoros escondidos surgen en estas tardes de
escarlata.
Cálidos
crepúsculos, denme a beber la poesía en el raudal de meditaciones sin fin como
salmos que desbordan cielos y tierras.
El
himno al amor todo lo ennoblece, todo se agranda a sus clamores, el firmamento
resplandece, la tierra se cuaja de flores.
Cálidos
crepúsculos, hay en su grandeza, ternura que fulgura, armonía que se potencia
en segundos apenas y los versos vuelan con las aves, los rumores de los ríos.
Es
la hora del amor, retornan a los nidos, las leves golondrinas, sus alas son dos
mimos flotantes en el viento, los bosques se adormecen y velan las colinas, es
el momento del recogimiento y del silencio profundo surcado por suspiros
apasionados.
Poco
a poco, puéblense de sombras el ambiente y levántanse del fondo de nuestras
almas los sagrados sones de nuestro amor descendiendo por diáfanas escalas a
nuestros cuerpos temblorosos de pasión.
Cálidos
crepúsculos, como música con ritmos sin fin, son instantes que la ilusión guía,
la tarde apaga sus colores y los astros encienden sus lumbreras, nuestros
corazones palpitan y vibran al unísono en un total arrobamiento de confidencias
y secretos íntimos.
Parece
que flotamos en una suave cadencia entre el cielo y el mar, nuestros pies no
son pies, son alas de aves, bajo el fanal errante de la luna que despacio
asciende con su áurea luz, espectral y hermosa, dilatando el paisaje que nos
protege, nos cobija como un temblor de encaje.
Luna
que comienza a alumbrar nuestro camino, vago y blanquecino hacia nuestro nido
cálido y embriagador de dichas supremas.
Cálidos
crepúsculos, luces que el cielo envía como poesía ardiente en el atardecer
nostálgico, conduciéndonos entre bellezas de luces al encuentro de nuestros
cuerpos que se buscan con ardor y entrelazan entre hilos de ternura,
contemplando absortos la imagen del cielo unida a la forma de la Tierra.
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