Tropiezos oscilantes, ondulados, deslizantes
que me llevan a un mundo nuevo cada día, exhausta de ir tras aventuras nuevas
en mi diario vivir.
Caigo, me levanto, vuelvo a caer y a empezar
otra vez la interrumpida danza tras lo inesperado, lo imprevisto que se
presenta tantas veces sin ser buscado e interrumpe con suavidad, con ternura,
instantes plenos de amor.
Tropiezos que siempre me conducen a lugares
misteriosos entre hadas mágicas y gnomos y duendes furtivos que me guían para
poder volverme a levantar, bien alta mi frente y no inclinarme ni resbalar de a
poco hacia el suelo arenoso y oscuro donde yace la soledad sufriente.
Tropiezos, sin tregua, los tiré en el aire
diáfano para que vayan en volandas por el cielo haciéndolos agua para que llenen
los cauces del mundo con espuma desatada y áurea.
Tropiezos, deslices que me llevan a abandonar
mis esperanzas pero no mis prosas poéticas de amor, las que dejaré que llenen
miles de páginas vírgenes como bandadas de pájaros al vuelo.
Tropiezos tambaleantes, callados pero
sentidos, guardados en el fondo de lo que mis manos palpan y mis ojos tocan.
Tropiezos vacilantes, vulnerables, aparecen
súbitamente en cualquier instante, en el menos esperado y los dejo pasar sin
resistencias ni resquemores.
Suspendidos quedan, ingrávidos, buscando un
pequeño resquicio para hacerme vacilar y sentir esa opresión en el pecho que
sólo el amor puro puede hacer que los deje atrás, en el ayer pasado.
Tropiezos, resbalares sin culpa, dificultades
que afloran como cactus en el desierto o como racimos de púrpura salvaje que
cuelgan en el ceibal.
Poco a poco los pimpollos van apareciendo como
el amor en mi alma y el canto suave y sonoro abre el sendero a la esperanza sin
vacilaciones turbias, sólo con certeras creencias de que todo, ya pasó.
Querer vivir anhelando amores en infatigable
sed de calmas sin tropiezos, con ilusiones de vida, sin cansancios, tan solo
con un poco de felicidad en instantes inolvidables plenos de ilusión, ideas,
fe, imaginación, creando siempre sueños de amor.