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miércoles, 5 de junio de 2013

Tal vez

Tal vez,
la felicidad nos inundará si en este crepúsculo de múltiple     colores los claros ríos de aguas cristalinas nos brindarán su esplendor y se reflejarán en ellos nuestro amor.
Los dos.
Tal vez,
si las rojas clavelinas, las perfumadas rosas, los azules de los acianos, si las amarillas amapolas, el amor de la celidonia, nos infundieran energía, vitalidad, estaríamos siempre juntos.
Los dos.
Tal vez,
si las deliciosas cerezas de agridulce corazón, las frescas ciruelas, las rojas frambuesas, los milagrosos arándanos, las puras grosellas nos envolvieran entre sus dulces sabores, nos abrazaríamos muy fuerte.
Los dos.
Tal vez,
si los vientos se congregaran después de la puesta de sol y soplando formaran una gran orquesta tocando, homenajearían nuestra unión.
Los dos.
Tal vez,
si las hojas del roble solitario nos dieran su energía estimulante, si las hayas que sólo saben hablar de amor, sí murmurar el nuestro, los ombúes centenarios con sus grandes copas nos ampararían entre sus ramas, seríamos muy felices.
Los dos.
Tal vez,
si como una hoja amarillenta transportada por el viento me dijeras cuánto me amas, si una libélula bailarina me rozara al revolotear con el viento y me recordara tus caricias ¡qué felices seríamos!
Los dos.
Tal vez,
si pudiéramos oír las palabras, los sonidos, las frases del lenguaje de las plantas, de las flores, de la naturaleza, todos viviríamos una eterna fiesta de dulce y sereno amor sin que todo fuera un sueño.
Los dos.
Tal vez,
si en una noche larga y tormentosa, juntos pudiéramos ver cuando la aurora tiñe el cielo de rosa, emergiendo poco a poco por la cresta de los montes, estaríamos enlazados en un apretado abrazo sensual y casto a la vez.
Los dos.
Tal vez,
si cae el pulso agitado de nuestra sangre sobre el plato sonoro del silencio, el que custodia el hechizo de nuestro sueño, nos besaríamos con pasión, agitándonos en el aire por el largo alumbrar del movimiento.
Los dos.
Tal vez,
si estás ahí, rezagando mi camino, serías ancla de oro y cadenas de mi anhelo, piel que adivina el pulso de mis ojos, cruz que aprieta las nubes contra el cielo, nuestras voces se oirían sobre el mundo como un cántico puro de amor.
Los dos.
Tal vez,

si la sabia naturaleza nos envuelve y ampara como el fresno colmado de amor y de poesía, las aves que emiten una dulce melodía que se difunde entre el cielo y la tierra, nosotros nos elevaríamos por el infinito azul entre loas de felicidad y alegría.

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