Tal vez,
la felicidad nos
inundará si en este crepúsculo de múltiple colores los claros ríos de aguas
cristalinas nos brindarán su esplendor y se reflejarán en ellos nuestro amor.
Los dos.
Tal vez,
si las rojas
clavelinas, las perfumadas rosas, los azules de los acianos, si las amarillas
amapolas, el amor de la celidonia, nos infundieran energía, vitalidad,
estaríamos siempre juntos.
Los dos.
Tal vez,
si las deliciosas
cerezas de agridulce corazón, las frescas ciruelas, las rojas frambuesas, los
milagrosos arándanos, las puras grosellas nos envolvieran entre sus dulces
sabores, nos abrazaríamos muy fuerte.
Los dos.
Tal vez,
si los vientos se
congregaran después de la puesta de sol y soplando formaran una gran orquesta
tocando, homenajearían nuestra unión.
Los dos.
Tal vez,
si las hojas del
roble solitario nos dieran su energía estimulante, si las hayas que sólo saben
hablar de amor, sí murmurar el nuestro, los ombúes centenarios con sus grandes
copas nos ampararían entre sus ramas, seríamos muy felices.
Los dos.
Tal vez,
si como una hoja
amarillenta transportada por el viento me dijeras cuánto me amas, si una
libélula bailarina me rozara al revolotear con el viento y me recordara tus
caricias ¡qué felices seríamos!
Los dos.
Tal vez,
si pudiéramos oír
las palabras, los sonidos, las frases del lenguaje de las plantas, de las
flores, de la naturaleza, todos viviríamos una eterna fiesta de dulce y sereno
amor sin que todo fuera un sueño.
Los dos.
Tal vez,
si en una noche
larga y tormentosa, juntos pudiéramos ver cuando la aurora tiñe el cielo de
rosa, emergiendo poco a poco por la cresta de los montes, estaríamos enlazados
en un apretado abrazo sensual y casto a la vez.
Los dos.
Tal vez,
si cae el pulso
agitado de nuestra sangre sobre el plato sonoro del silencio, el que custodia
el hechizo de nuestro sueño, nos besaríamos con pasión, agitándonos en el aire
por el largo alumbrar del movimiento.
Los dos.
Tal vez,
si estás ahí,
rezagando mi camino, serías ancla de oro y cadenas de mi anhelo, piel que adivina
el pulso de mis ojos, cruz que aprieta las nubes contra el cielo, nuestras
voces se oirían sobre el mundo como un cántico puro de amor.
Los dos.
Tal vez,
si la sabia
naturaleza nos envuelve y ampara como el fresno colmado de amor y de poesía,
las aves que emiten una dulce melodía que se difunde entre el cielo y la
tierra, nosotros nos elevaríamos por el infinito azul entre loas de felicidad y
alegría.
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