El aroma de la noche,
con un perfume de yerba
buena y a pinos,
con olores refinados
que se despertarán en el
campo a la mañana.
A veces rumoroso se
aproxima
y a veces alejándose se apaga.
Con inocente ritmo
todo el paisaje canta.
Es la hora del amor
y al vernos juntos un
espejo azulado,
un arcoíris se enciende.
El olor de la esperanza,
siempre es el más
deseado
pues es la sal de la
vida,
la que yo siempre he
soñado.
Todo el paisaje canta.
La luz en los renuevos
y en las nubes se
enciende.
El aroma de la noche
se nos acerca más
por el vagabundo viento
entre las ramas.
Todo el pastizal
con flores húmedas de
fragancia
nos inundan en nuestro
tibio lecho
ebrios de dicha
y amor encendido.
Me gusta el aroma
apasionante de la noche,
fragancia melancólica de
magia escondida.
Inquieta y penetrante
como nuestro deseo y
pasión.
Tan puro y tan denso…
como un vino de amores.
El aroma de la noche
nos conduce entre
susurros,
murmullos de amor,
perfumes de magnolias,
azucenas, amapolas,
que nos tienden juntos,
en un nido de paz.
El canto de la aurora
se asoma como una
claridad triunfante,
vuelve en la nave de la
noche blanca
y él se hace más denso
cuanto más aclara.
Huye y ajusta el corazón
su rítmico latir a la
cadencia
que inspirada con un
millón de notas nos subyuga
y en un millón de
arpegios
nos levante cuando al
comenzar a brillar
la aurora todo el
paisaje canta.
El aroma de la noche,
misterioso, vibrante,
subyugante,
un naranjal en flor nos
acuna
y tú aprietas mis deseos
bajo las estrellas
rutilantes,
calientas mi piel con tu
pasión al viento.
Fluye el río del tiempo,
nos empapamos en sus
aguas,
se nos encoge la voz,
nuestras miradas se
endulzan.
Se nos agranda el
corazón,
la piernas se
acalambran,
se estremecen nuestros
brazos
y se yerguen nuestras
espaldas.
El aroma de la noche,
límpido, calmo, cálido
y el aire hiende en pos
de la campana,
averigua del río los
cristales,
perfumes, luces, formas
y sonidos azuzan
y apaciguan nuestros
sentidos en un riesgoso
y repetido juego de amor
hasta lo imposible.
Detrás, en la noche,
la espesa niebla del
misterio
y más allá,
ocultos en nuestro
recóndito lugar,
un dios mudo, sordo y
ciego nos contempla.
Cuando el cielo se afina
al conjuro de un sutil
cosquilleo de flautas
y la última estrella
remisa
abandona su puesto de
guardia,
nos perdemos tú y yo
en el abrazo final
de esta noche nuestra
y nos seguiremos amando
siempre.
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