Daga hiriente,
atravesó mi corazón
y traspasó los
límites de mi cuerpo
en mi mundo frágil,
me hirió muy dentro,
lastimando mi Yo
íntimo.
Hemos vivido juntos,
el tiempo se contaba
apenas por minutos,
un minuto era un
siglo,
una vida, un instante de amor.
Nos cobijaban techos,
menos que techos, nubes,
menos que nubes, cielos,
aún menos, aire,
nada.
Daga de dolor,
inmenso océano de lágrimas
inundó mares y ríos.
Galerías enormes de
congojas,
pesares, tristezas,
sin pisadas de dos,
ni estelas recordadas.
Daga hiriente
como punzantes
flechas afiladas
cursaron el aire y
traspasaron mi pecho
dejando heridas
punzantes en el alma
y las manos vacías y
yertas de amor.
Mi lecho de nubes,
el nido de amor quedó
vacío,
sangrante, frío,
solo.
¿Será este minuto
próximo
o mañana o en el borde mismo
ya del jamás donde tu
carne y la mía,
mi nombre y el tuyo
no se encontrarán?
Daga hiriente,
de pesar, de un
latiente sufrir
que hace brotar
lluvia de llanto
entre mantos de
niebla,
húmeda de cristales,
de hielos lacerantes
que se hunden en mi
espíritu,
sin fecha y sin
nombre.
Hoy, nuestros besos
están solos en el
nido vacío y sangrante.
No queda nada,
absolutamente nada
del ayer
vivido entre cantos,
poemas, músicas,
sólo queda este dolor
agudo,
lacerante, tétrico
que reboza y agita mi
espíritu
sintiendo la vida
como un sueño
trémulo, no vivido.
Daga hiriente,
estoy al otro lado de
los sueños
que soñaba a ese lado
que se llama la vida
que se cumplió.
Y ahora
de tanto haber realizado nuestro soñar,
nuestro cuerpo está
en dos cuerpos.
El mío herido,
cuajado de orlas
negras.
Mi espíritu
desdichado, acongojado,
no puede volar alto,
las tinieblas lo
rodean,
le impiden ascender a
lo alto
buscando la paz
imprescindible
para nuestro existir.
Daga hiriente
que por milagro me
escapa
de tantas agonías
soslayando en
laberintos del alma fugitiva,
lugares secretos
donde me lastiman y
hieren.
Me refugio en cuevas
oscurísimas
para no sufrir sin
sentir mi cuerpo
en el que el dolor
pueda dolerle
buscando lugares sin
espinas
entre tinieblas con
luces esquivas.
Mi mundo interior
lleno de esperanzas marchitas,
sufre entre ilusiones perdidas
y sin tocarme apenas
rozan mi frente alas
de profecías.
Me siento herida de
muerte sin heridas,
me abandonaste,
ya soy parte del
tiempo de tu olvido.
Necesito que mis
dudas se disipen,
ver la aurora en
fiestas nacarinas,
en rosas, en albores,
el tiempo que perdí
sufriendo.
¡Desaparezcan
palabras vividas!
¡Encuéntrenme mañanas
sin neblinas!
¡Que se acerquen
dichosas
tardes otoñales entre
frondas verdicientas!
¡El amor me espera,
con nuevas pasiones
y ardores sin fin!
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