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viernes, 27 de junio de 2014

La Plaza del Amor


¿Por qué lugar de esta plaza
 impreciso y misterioso
se entra al interior de nuestra alma?

Es un lugar secretísimo,
 leve, amplio,
donde imperceptiblemente
se deslizan los sentimientos más íntimos,
los desconocidos
por el resto de las almas mortales,
 quietas,
 en sus bancos de siempre pensando en el ayer.

Una vez,
hace tiempo,
 sentí un cosquilleo suave,
 ineludible y es que la plaza de mi alma
se había abierto hacia lo lejano,
buscando lo que más importa en la vida,
el amor que nos inunda de fe,
esperanza,
 caridad.

Plaza de silencio
 que nos llega hasta el alma
sin saber de qué ruidos está hecha:
 pelotas girando,
trompos danzarines,
cometas entre árboles,
 tintineando bolitas multicolores
 entre el suave pasto.

Plaza por donde sin sombras
 pasan las letras antiguas,
lengua del paraíso,
 sones primeros,
vírgenes y en el aire del mundo
 se estrenan en los rincones
 los nombres de los gozos primeros,
que se olvidaban luego para llamarlo
 todo de otro mundo al hacerlo otra vez:
nuevo son para el  júbilo nuevo.

En ese paraíso de los tiempos del alma,
la plaza en paz deja amores
 y nombres en realidades sin huellas,
sin memoria ni en signos,
percibiéndose apenas,
 nítidos y momentáneos.

La plaza como extensión abierta
de la gracia y de la melancolía,
 nos dejó trasegar la ternura de los campos,
 las acequias del celo de la esperanza,
la tierra amedrentada y firme
 como prado de libertad,
honda muralla sin sonrojo
que corre por las venas
al seno de la comunidad.

Cerca,
muy cerca de la plaza el alma
en antiguo brocal de musgo y verde
 arrebata el deseo creciente
 de las aguas entrando despacio,
muy espacio al mirar de los ojos tiernos.

Otras sensaciones mueven en mi pecho
 la plaza dulce y virgen
que en ilusiones vuela a mis sueños
 y nos olvidamos de sus grietas,
sus baches,
sus surcos,
sus zanjas,
 sus charcos que en un mar alado
 de geográfico equilibrio
nos lleva al mundo real
y cósmico de esta vida.

Conservamos los labios
sobre el borde de sus senderos
y esperamos que nazca el verde
que refresque nuestros sentidos.

Y en el largo alumbrar del movimiento,
 la plaza,
 lentamente,
 hace sin sonidos las notas del silencio,
 quemando los caminos cerrados,
curvos,
para que el alma alce vuelo sin dudas,
ahogando en desazón el pensamiento,
deteniendo las horas
y la ramazón elástica del viento.

Tú,
plaza,
déjanos ir por el aire tibio y perfumado
que nos invita entre ramos verdes
 que cercan nuestro sosiego aquietando
 nuestras ansias entre laureles florecidos.

Eres tú,
plaza del alma quien corona
 los vientos serenados
y donde boga el sol
con sus cánticos unánimes,
 el brillo de nuestros bienes ya logrados,
 atravesando tus curvas,
tus rectas,
 tus círculos para que el aire llene
 el vuelo de los ángeles en la plaza del amor.

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