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lunes, 16 de febrero de 2015

Ancla


Soy como el ancla,
inamovible,
fondeada en el tesoro del amor postrimero,
que hizo llamear su luz,
la cegadora luz que me rodea.

Soy el ancla,
sin fondo de arena,
que dibuja frases, rimas, letras,
como trazando huellas en el mar.

Tú, mi amante,
tienes las llaves y el timón de mi vida,
el ancla de todo mi destino.

Tú, mi luz,
eres tripulación total de mis espigas,
tesoro de mi vida que por ti
es un ancla inamovible,
entre puertas de llegar y de partir.

Y me hallaste con tus manos,
buscándome a tientas,
con tus palabras llamándome,
con tu boca que el vacío besaba
y en un prodigioso pacto, ésta,
tu ancla se convirtió en tu refugio,
victoria gozosa de los dos.

Yo estaba detenida, inmóvil,
aferrada al borde de la vida
en el grave concierto del otoño,
escuchando cómo los violines
agitaban las olas en el mar
y tú llegaste
y me llevaste contigo a tu mundo,
disipando para siempre
las neblinas que me envolvían
como en un áncora de bronce y cristal.

Ancla inamovible fui,
ya que ahora
en el rojo silencio de mis ríos interiores,
duerme la esencia de tu ser.

El amor retenido,
cercado de tinieblas,
al infinito se alarga porque tú,
mi amado, lo hiciste surgir,
como una luz que se encuentra con otra luz,
quedando iluminado
el mundo como por un milagro
que no puede ser recuerdo
porque el recuerdo
es la pena de sí mismo.

Sólo vale vivir queriéndose,
buscándose en este tiempo,
en toda una eternidad.

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