Llueven mis ojos,
la lluvia desgrana
el gris celeste de mi mirada.
Mi angustia se prende
en cada gota pordiosera
que me regala el recuerdo
de tus ojos plomizos y aleteantes
sin lluvia que los apague.
Tú eres para mí,
el fino aliento de la aurora
y un abrazo de sentimientos mansos.
Llueven mis ojos,
eres en mis días de tormenta
la claridad ladina que perfora nubes,
la placidez del agua que en mi piel revolotea.
Y toda esa cosquilla
que se mueve por mi sangre
te llama
y te siente mío
para siempre.
Llueven mis ojos,
tú no estás conmigo.
No somos del aire que perdura.
Somos tiempo,
raíces ocultas, encanto ajeno.
Bosques poblados de pinos y eucaliptus,
entre cuyas hojas
mi mano se despide,
extendiendo las palmas al horizonte.
Estoy triste, llueven mis ojos,
estoy en una sombra apesadumbrada y oscura.
Formas efímeras de hierba
con las que mi mano convoca
las alas del otoño
te busco,
te deseo,
con todo mi cuerpo atormentado y sin luz.
“Frente al papel en blanco
armo un rompecabezas de palabras
por colores y formas
separo las piezas
y acerco sus bordes
ya el poema reposa
quieto y en silencio.
La poesía está en todas partes
y no se deja ver”
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