Balada a mí
amante.
Él
sobrevolaba los andenes,
ingrávido,
perfecto,
sobre el
gris del otoño ferroviario
como una
fresca pincelada blanca,
desde su
camisa,
hasta su
figura completa.
iba y venía
holeando de memoria,
el tedio de
la espera cotidiana,
es ajeno a
la honda espera,
espera que
en su pecho,
el tiempo
riguroso sazonaba.
Y yo llegué
de repente,
como llegan
las nuevas que sacuden las entrañas.
pegado al
vidrio de la ventanilla,
su rostro
niño al hombre delataba:
Ángeles
comprensivos cuchicheaban:
-“obedientes
se encuentran dos miradas”
- “¿Es el
príncipe azul de la leyenda?”
“¿Es la
presencia de los cuentos de hadas?”
por un
instante, que mendiga otro,
la
eternidad en su mirar recala.
pero la
eternidad es frágil,
quiébrese
con un férreo tañido de campanas.
Tiemblan
los dos
y tiembla
el aire y tiembla…
Balada a mi
amante,
en ese
instante nos amamos con total intensidad,
el amor
vibró en nuestras almas todo
pero el
tren inexorable marcha
y los
ángeles tristes
apenados se
alejan cabizbajos,
empañada la
voz quebradas las alas.
Ella queda
apenada,
tan
exánime,
que no
derrama una sola lágrima
su alma se
esconde sobre sus pechos ya no erguidos.
Él hunde la
cabeza confundido y solitario.
En los
andenes se ensaña el gris de la mañana
¿por qué
los designios de los ángeles al rozarnos se apagan?
esta
historia real y verdadera,
para decir mucho,
para decir nada.
“El
reloj cae
y
las olas se rompen
lápida
y cruz”
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