Siempre se tiene que esperar
la dicha
con los ojos terriblemente
abiertos.
Escogida estoy ya para la
hazaña
del gran gozo del mundo:
de soportar la dicha,
entregar todo,
carne, vida, muerte,
resurrección;
de acostumbrarme a su caricia
indómita,
a su rostro dulce, a sus
cabellos desmelenados,
a la quemante lumbre, beso,
abrazo,
entrega total de mi cuerpo.
Dicha es lo fácil del alma,
es lo que se tiembla al
sentirla venir.
Para que llegue la dicha
Hay que irse separando uno
por uno,
de costumbre, capricho hasta
quedaros vacantes, sueltos.
Quedarse bien desnudos de
nuestros sueños,
tensas las fuerzas vírgenes
dormidas en el ser.
La dicha solo es el anuncio
de su ardiente inminencia
galopante.
convoca y pone en pie,
porque la dicha quiere también
la dicha.
Desgarrada en dos,
llega con el miedo de su
virginidad
inconquistable anhelante de
verse conquistada.
Me necesita para ser dichosa
lo mismo que a ella yo.
Lucha entre darse y no,
partida alma
su lidiar, lo sufrimos
nosotros al tenerla.
Los elegidos para ser felices
somos tan solo carne
donde la dicha libra su
combate.
Prefiere quedarse a irse,
se desgarra por sus heridas,
nuestra sangre brota, ella,
es inmortal.
Dicha que despierta mis
poemas
escondidos en el más allá,
los que busco en mi causada
fantasía.
Muchas veces misteriosa
poesía, para hallarte,
vuelo y vuelo bajo el cielo y
el mar.
Te vi llegar
en cada ola que golpea las
rocas.
Dicha cual caricia eres mí
espuma,
formas parte de mi vida.
Mi dicha con audacia
inquieta,
sin cesar, te has buscado la
poesía
en el rojo esplendor del
mediodía
y en la nocturna soledad
secreta.
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