El viento helado era una pincelada de
rojo en mi mejillas y
un gozo bailarín en tus pupilas
húmedas.
Un aire inverosímil arremetió con el
sol, golpeteaba por dentro,
de los pulmones, empujaba la sangre.
La alegría, pensé, debe ser parecida
a un remolino de sol corriendo por los campos.
Y te miré, con calor en mi alma,
envíe caricias a tu corazón.
Y te miré aguardando, ni magia ni
milagro, que ya en dorado crepúsculo inundaras,
el cauce de la tarde.
Con el frio helado de afuera,
nosotros acurrucados y abrazados frente al fuego,
de la chimenea, nos besábamos
apasionadamente, éramos uno del otro,
corazón con corazón.
Y entre perfil y miradas , se sienten
frenéticos toques de diana,
anunciando nuestro amor infinito.
“Dame a beber
la poesía,
en el raudal
de inspiración,
que a la
noche es meditación”
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