El sol enredaba sus hilos con el
viento, orillando el vuelo de mariposas tibias.
La siesta se hamacaba bajo los
sauces,
mientras río arrullaba el sueño
enamorado,
de las sombras frescas y los paso
otoñales.
Dos. Eran dos con miedo de ser uno.
Miedo a amar y dejarse amar.
Miedo a pasión desbocada.
Miedo y besos furtivos.
Miedo a hacer ramas entrecruzadas
bajo las ramas confundidas de los ligustros anhelantes.
Miedo a ser naturaleza viva, en la
naturaleza.
Los otros… los otros… siempre los
otros.
¿Y nosotros? … ¿Cuándo? …
Miedo de que con el viento cañero,
con los lapachos, con las flores sin nombre,
con los naranjos, por jardines y
plazas te vayas filtrando al campo,
para llegar al más allá y no te vea
más.
“Cupido tiene
una espada
por flecha, no hiere,
mata”
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