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martes, 12 de marzo de 2019

Nardo



Amor mío, desde las colinas del nardo,
irradias el fulgor que seca las fuentes del llanto,
en lo peor te recuerdo y amorosa exalto.
Mientras en la tarde te inclinas con trenzadas espigas,
en tus potentes manos.
Como el nardo juvenil gurdas en las entrañas las lágrimas
y la receta lumbre que hacia el solitario baldío,
de mi pecho cansado lleva las blancuras del astro.
No importa que te alejas por mares o el tiempo te aparte.
Por sobre la verde muralla el agua rencorosa y
la cárcel cruel de los años, fidelísimo y amante nardo.
A dar los carismas divinos de la luz y del canto.
Que virtud, que fuerza, que pasión, como puedes lograr,
que el nardo florezca.
Transformas y elevas mi ser al infinito, puedo sentirte mío,
dueña de tu ser, hacerte estremecer de pasión.
Cuándo mis manos, boca, mi ser todo, es poco para darte todo lo que deseo,
 envuelta entre los nardos.

“Siempre necesitaremos
 poetas que nos hagan despertar,
sentir y amar por el milagro de la poesía”

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