Amor mío, desde las colinas del
nardo,
irradias el fulgor que seca las
fuentes del llanto,
en lo peor te recuerdo y amorosa
exalto.
Mientras en la tarde te inclinas con trenzadas
espigas,
en tus potentes manos.
Como el nardo juvenil gurdas en las
entrañas las lágrimas
y la receta lumbre que hacia el
solitario baldío,
de mi pecho cansado lleva las
blancuras del astro.
No importa que te alejas por mares o
el tiempo te aparte.
Por sobre la verde muralla el agua
rencorosa y
la cárcel cruel de los años, fidelísimo
y amante nardo.
A dar los carismas divinos de la luz
y del canto.
Que virtud, que fuerza, que pasión,
como puedes lograr,
que el nardo florezca.
Transformas y elevas mi ser al
infinito, puedo sentirte mío,
dueña de tu ser, hacerte estremecer
de pasión.
Cuándo mis manos, boca, mi ser todo,
es poco para darte todo lo que deseo,
envuelta entre los nardos.
“Siempre
necesitaremos
poetas que nos hagan despertar,
sentir y amar
por el milagro de la poesía”
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