Noche del adiós,
recuerdos dolorosos
de una noche a otra
sombra,
llegando con cada paso
a ese otro lugar lejos
de ti
al que te revolcaron
todas las corrientes.
El viento me aspira
lejos de ti,
me lleva al humo de la
víspera del adiós
entre el aliento
desvaído de la niebla,
Noche del adiós,
debo apresurarme
entre la oscilación y la
caída,
debo atrapar la escarcha
que se disuelve en el
jardín,
sometiéndome a un además
tan rápido
que se asemeja a la
quietud.
Noche del adiós,
último adiós,
no te veré más,
pliego mis alas para no
verte,
para no resquebrajarme
y perder mi motivo de
vida
en el polvo de mi nuevo
camino.
Noche del adiós,
todo es posible
cuando nuestro entorno
se desborda
y rehace un recuento la
memoria.
Imprevistas alquimias,
Abrazos con el aire,
Peldaños que chirrían,
Cajones y puertas
clausurados,
Carruajes en marcha.
Noche del adiós,
ya no sé quién soy
y a dónde me dirijo,
viaje a tumbos
en tu tablón precario
justo en el filo del
marejada.
Tú te llevaste oculta
tu credencial de amor
en la noche cerrada,
no sé qué era,
sortija, perla, grano de
sal, escapulario,
pero se fue contigo.
Y vas descubriendo
una parábola de brasas
a medida que te alejas.
Noche del adiós,
sólo recuerdo con ansias
tu cabeza reposada
de pronto junto a mí
entre los matorrales de
la sombra.
Sigue esperándote la
húmeda llanura
para tus pies desnudos y
furtivos,
la aspereza del cardo,
la recordada escarcha
del amanecer.
Te seguiré amando
hasta el fin de mis días,
recordaré tus besos cálidos
y suaves,
tus manos acariciando
toda mi piel,
tus besos recorriendo mi
cuerpo.
Noche del adiós,
miraré mis manos siempre
para sentir que llegas
otra vez
a buscarme.
Déjame en aire tu
sonrisa
y tal vez, cubras con tu piel,
noche tras noche,
la desbordada noche del
adiós.
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