Se siente
llegar, el olor de la madre tierra, nos envuelve. Las nubes grises, como
algodones de plumas, se acercan desde el horizonte.
Esperamos
con ansia inquieta lo que de lejos se
acerca.
El viento, gran aire, preludio
de lo que vendrá nos envuelve y empuja y triste bandada de hojas acuciadas por
el aire, revolotean como alas de papel y tornan vuelo.
Las
primeras gotas se sienten llegar, arcángeles revestidos de túnicas de chubascos
trayendo despacio, sin apuro, espadas de agua que llegan a la tierra y resuenan
en el aire.
La grata
lluvia de verano refresca el aire caliente y poco a poco el sendero desaparece.
Todo
reverdece en el agua y la lluvia, los árboles majestuosos la esperan con ansias
y los pájaros quietos en sus nidos, se acurrucan y dormitan.
Aguaceros,
peregrinos del sueño estival con música de gotas que rítmicamente nos acompañan
en esta tarde especial.
El agua
deslíe la conciencia, una a una empapa las imágenes, se agitan sus reflejos y
en la memoria llueve otra vez como en nuestra infancia. Lluvia de verano que
sin apuro nos lleva a cálidos recuerdos.
Ya las
estrellas aparecen y el cielo se sonroja, las últimas gotas de lluvia caen entre las hojas.
El agua
inundó mi alma, porque tarde más completa no puede existir, las gotas de
lluvia, pianistas celestiales con su melodía regresan el amor del mar a la
luna.
La lluvia
de verano nos brinda con su música, como a través de un velo irreal, la paz
perfecta y plena de la naturaleza en su total apogeo.
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