Ya florecieron los naranjos. ¡Mi vida toda es una flor
abierta y perfumada! Me sonríe a mi el sol o la noche, el amor se acerca.
¿Rueda para mí el mundo jugándose estaciones naranjos en
flor, floridos vergeles?
La belleza de los naranjos vive por encima del mundo como
el lucero del gran sino de amar en la gran altitud donde todo es silencio.
El día que florecieron los naranjos, mi alma se abrió
dejando atrás afanosos tropeles de anhelos y palabras truncas.
Florecieron en las mañanas, sin deshojarse, entre hierbas
temblorosas y níveos azahares.
Fue una avalancha de luz en la ternura de mi espíritu, un
instante que desangró en magia.
El día que florecieron los naranjos, nosotros, sí
nosotros, amando fuimos los amantes entre suspiros que ahogaron las mareas, en
vaivenes de colores iridiscentes, entre dos exóticos velos enlazados en la
cumbre de la insinuación.
Nada podrá recrear el bronce tibio y dorado en las
palabras entre los naranjos florecidos y las manos desbordadas de perfumes,
colores, néctares sublimes que llegan al alma.
El alba se posó en la copa de los naranjos florecidos y
como de un sueño me despertó, me pobló de aromas y de mariposas, perfumó mi
todo y me acercó al verdor de la esperanza que el amor me traería.
Las flores, entre suspiros, fueron desprendiéndose de
tanto amar, pero sus frutos fueron dando lo que necesitaba para no sentir el
miedo de dar y perder.
¡Ay amor, el día que florecieron los naranjos, el agua de
la acequia iba llena de sol en el vergel cantaba un ruiseñor! y tú y yo nos
amamos bajo los naranjos en flor y nuestros besos fueron como sus frutos plenos
de gozos y de placer.
Sueño con mirar en tus ojos tristes flores rozagantes…
del alba, el color.
Quiero en tu sonrisa la fruta exquisita, del mar los
arrullos, de un jardín, su olor…
El día que florecieron los naranjos, fui tuya por fin y
te sentí cerca de mí en mares de sonrisas y ternuras sin fin.
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