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miércoles, 24 de abril de 2013

La Plaza del amor



¿Por qué lugar de esta plaza impreciso y misterioso se entra al interior de nuestra alma?
Es un lugar secretísimo, leve, amplio, donde imperceptiblemente se deslizan los sentimientos más íntimos, los desconocidos por el resto de las almas mortales, quietas, en sus bancos de siempre pensando en el ayer.
Una vez, hace tiempo, sentí un cosquilleo suave, ineludible y es que la plaza de mi alma se había abierto hacia lo lejano, buscando lo que más importa en la vida, el amor que nos inunda de fe, esperanza, caridad.
Plaza de silencio que nos llega hasta el alma sin saber de qué ruidos está hecha: pelotas girando, trompos danzarines, cometas entre árboles, tintineando bolitas multicolores entre el suave pasto.
Plaza por donde sin sombras pasan las letras antiguas, lengua del paraíso, sones primeros, vírgenes y en el aire del mundo se estrenan en los rincones los nombres de los gozos primeros, que se olvidaban luego para llamarlo todo de otro mundo al hacerlo otra vez: nuevo son para el  júbilo nuevo.
En ese paraíso de los tiempos del alma, la plaza en paz deja amores y nombres en realidades sin huellas, sin memoria ni en signos, percibiéndose apenas, nítidos y momentáneos.
La plaza como extensión abierta de la gracia y de la melancolía, nos dejó trasegar la ternura de los campos, las acequias del celo de la esperanza, la tierra amedrentada y firme como prado de libertad, honda muralla sin sonrojo que corre por las venas al seno de la comunidad.
Cerca, muy cerca de la plaza el alma en antiguo brocal de musgo y verde arrebata el deseo creciente de las aguas entrando despacio, muy espacio al mirar de los ojos tiernos.
Otras sensaciones mueven en mi pecho la plaza dulce y virgen que en ilusiones vuela a mis sueños y nos olvidamos de sus grietas, sus baches, sus surcos, sus zanjas, sus charcos que en un mar alado de geográfico equilibrio nos lleva al mundo real y cósmico de esta vida.
Conservamos los labios sobre el borde de sus senderos y esperamos que nazca el verde que refresque nuestros sentidos.
Y en el largo alumbrar del movimiento, la plaza, lentamente, hace sin sonidos las notas del silencio, quemando los caminos cerrados, curvos, para que el alma alce vuelo sin dudas, ahogando en desazón el pensamiento, deteniendo las horas y la ramazón elástica del viento.
Tú, plaza, déjanos ir por el aire tibio y perfumado que nos invita entre ramos verdes que cercan nuestro sosiego aquietando nuestras ansias entre laureles florecidos.
Eres tú, plaza del alma quien corona los vientos serenados y donde boga el sol con sus cánticos unánimes, el brillo de nuestros bienes ya logrados, atravesando tus curvas, tus rectas, tus círculos para que el aire llene el vuelo de los ángeles en la plaza del amor.

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