Girasoles con luz cambiante, grandes, enormes e imponentes que guardan en su centro el misterio de la vida y la dulce tristeza de la soledad, son soles en la tierra, con un contorno amarillo que los ilumina como dorándolos con rayitos de calor desde el amanecer.
Girasoles, giran y giran buscando su amor para besarlo con tranquilidad y paciencia. Tristeza sienten al no poder por siempre contemplarlo, ya que con la oscuridad de la luna llega y se oyen sus llantos en la negra noche.
Los girasoles son una prueba de un más allá, una prueba viviente de esperanza, con sus tallos erguidos y sus sonrisas nobles, seducen con sus corolas almidonadas de estambres y dorados colores alumbran todo su entorno.
Con enormes suspiros, llena de frutos su alma, elevan al cielo su gozo de vivir. Íconos del amor, inocentes y puros presienten el aroma vasto del campo.
Coronan la flora con eternos estallidos de dulzura.
Con destellos de fuego, en medio de la soledad de los llanos, los trigales envidian tu sino y tú en cambio te elevas entre cardales.
Apenas la boca del día se abre para tragarse la noche, el girasol levanta su frente y se pone a mirar la luz de arriba. Fija está y la sigue contemplando todo su camino.
La figura del sol es esta humilde flor, su mundo entero. De noche guarda su calor la luz que ha recibido como el mayor de los tesoros. ¡Qué belleza encierra su corta vida descabellada de azafrán e ínfulas de luz!
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