Te
quiero todavía
y deseo
olvidarte,
hundirme
en el fondo del océano oscuro
o irme
tras horizontes lejanos.
Sueño y
en mi temblor
siento
el dolor de la unidad
que no
existe,
imposible
unidad la que buscamos.
Desgarrada
en dos,
la
dicha llega con el miedo
de su
virginidad inconquistable
anhelando
el amor que ya fue.
Te
quiero todavía
y te
ruego con palabras sentidas
que me
dejes olvidarte,
no
quiero tener mi alma partida,
no
luchar con este amor que no existe,
no
lidiar con lo que sufro al no tenerlo.
Te
quiero todavía,
y sin
embargo espero
y el
tiempo pasa,
pasa y
de lo que fue una hoguera
sólo
queda una braza
pero
sigo soñando
que
estás conmigo aún.
Y
quizás
en la
sombra de mi esperanza ciega,
comprenderé,
de pronto,
que lo
que nunca llega,
nos
entristece menos
que lo
que llega tarde.
Te
quiero todavía y alguna vez,
aunque
tarde,
mis
versos deberán decirte
lo que
para mí has sido,
báculo
de flores,
lámpara
de luz indefectible,
númen
eterno
para
que las palabras surgieran
de este
intrépido corazón
con
ternuras hacia ti compartidas.
Te
quiero todavía
y mis
manos vacías tiemblan
al
escribir lo que siento,
ya que
siento más allá
de las
brumas de mis ojos
cerrados
por las lágrimas,
la
ansiedad de las horas
convirtiéndose
en días
esperando
a que llegue el olvido
y con
él sin calor la llama
y ya
sin fulgor la estrella.
Y
seguiré así mi camino
diciendo
con palabras mustias y tristes
“Era él…”,
el que
inspiraba mis versos.
Nuevas
lunas se asomarán
entre
los árboles
y las
acompañaré en la danza,
desnuda
y casta.
Las
aguas me llevan
con sus
vestiduras de música,
que no
tienen fin,
esperando
el poder amar
porque
la dicha quiere también su dicha,
libre y
sin recuerdos del pasado ya ido,
con un
perfume nuevo
que
viene con el viento
o como
agua transparente
en
cántaro sediento.
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