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domingo, 6 de marzo de 2016

Ni un movimiento


Ni un movimiento,
la inmovilidad absoluta,
seré como estatua de sal,
alta y enhiesta,
en medio de la nada
y haré que mi mundo gire
a mi alrededor y sin movimientos.
En la quietud absoluta,
veré alargarse hasta el infinito
mi vida rota en mil cristales
puros y límpidos.

Ni un movimiento,
emanando de mí el más puro amor
que está esperando darse
con total y absoluta entrega.
Porque no sólo debemos vivir
sino honrar la vida.

Sola, muy sola,
pero sin soledad interna,
en mi alma las letras,
los abecedarios,
siempre quieren lanzarse al espacio
para llegar allí lentamente,
sutilmente,
sin apenas unirse sin palabras
de este amor sentido,
a las hojas en blanco
que las atraen como imanes
brillantes y anhelosos.

Ni un movimiento,
llegó el momento,
debe pasar la vida ésta,
la del hoy,
en quietud como un remanso de aguas
que vienen corriendo,
danzando hasta la orilla,
a mis pies,
para reconfortarme el alma,
esta alma dolorida y triste
que con total desapego
hirieron sin culpas ni razones.

La vida nos presenta a cada instante,
en lapsos impredecibles,
situaciones no esperadas
que revolotean a nuestro alrededor
dándonos fríos helados
de inviernos crueles
o estíos venturosos y cálidos
como tentadoras sensaciones
de amor puro.

La felicidad es un instante mágico
que debemos gozar plenamente,
nos invade de improviso,
en el momento no esperado,
el que nos atraía sin saber el porqué.

Ni un movimiento,
no esperen de mí, nada,
seré invisible para los que me rodean,
no seré nada,
no seré nadie,
seré sólo yo,
con mi interior colmado de amor
y ansias de ser amada.

Mi espíritu,
aún dentro de un ser
inamovible vibra,
ríe, llora,
canta y ama.

Ni un movimiento hacia el exterior,
ni un murmullo,
mi voz queda y callada,
pero movilidad intensa,
impetuosa,
en torrentes caudalosos
espera al que me hará estremecer
y romperá en mil pedazos
el mármol que me envuelve
y los azogues que me ahogan,
llevándome hacia lo esperado,
al mundo de amor
que inundará mi alma
regocijada del haber esperado.

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