Nació nuestro romance como una ráfaga, violenta, como un huracán vertiginoso, desde lugares distantes.
Fue como una nube, tal vez una corriente renovada, fue como estrella, como lucero que brilla, que titila y parpadea.
¡Ah, nuestro amor! Fue un viento pasajero, fue como el mar, más bien como marea.
Nació nuestro romance y se clavó como una espina o dardo sin dolor en la hondura de nuestros corazones, es como el bello canto de la alondra, es como un sol que en el ocaso se desliza.
Hoy nuestro amor se torna transparente y es nuestro presente. Nació como un manantial puro y virgen de la montaña, recorriendo caminos diferentes y pendientes hasta llegar al remanso de paz.
Nació nuestro romance desde lontananza, más allá del cosmos y se fue acercando para unirnos cada vez en forma más entera y profunda.
Nos buscamos hasta en la penumbra, donde nuestras almas en dicha total se encuentran y nos vamos lejos, juntos, a estar en completa comunidad de espíritus.
Entre ríos de música y lluvia de pétalos de flores, serenamente, nos abrazamos, somos uno en dos. Somos árbol que va floreciendo de a poco y hoguera sin humo, sólo con luces multicolores. Y nos envuelve el olor de las glicinas y de las madreselvas, derramándose por doquier.
No dejemos que este romance termine en espejos de recuerdos del áureo paraíso logrado.
Busquemos esa perfecta unión que acerca más que abrazo o beso de nuestra vida y de su gran proyecto de dichas de futuro, acercándonos al presente para darnos largas dulzuras del minuto, del tiempo que estamos viviendo.
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