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viernes, 3 de agosto de 2012

Fuego en la naturaleza


Tropeles de sombras huyendo en islas a través del fuego desatado. Nubes sofocantes, rojizas, deslumbrantes.
Humaredas negras inundan el aire. Puro y diáfano de ese día inesperado.
Fuego en la naturaleza, desatado, ni cómo, ni porqué, es la naturaleza en forma cambiante avisando al hombre sus quejas y llantos.
El viento agita las ramas del bosque, desatando entre cenizas polvo y  brasas.
La curvada línea de fuego se dispersa por doquier y los árboles se quejan, lloran, gritan.
Con un dolor angustioso la naturaleza sufre doblemente, la tierra se reseca, los árboles mueren.
Jamás el fuego jugó su mejor rol. Pero poco a poco va retrocediendo sin bramidos ni crepitaciones.
Es el final de un día inesperado, del dolor resulta un nuevo crecer, un amanecer lluvioso, gris, que a sabiendas existiendo los brazos y caen las lágrimas de la naturaleza para exterminar el fuego al final de los caminos.
Y allí donde el fuego destruyó una nueva vida verde, aún sin crecer, espera el momento de surgir con más fuerza y más energía para que el paisaje de primavera torne otra vez verde. Esplendoroso, mágico, hacia el último cielo, para resurgir en primavera con las alas de las leves y primeras golondrinas.
De las cenizas el misterio de la luz y de la vida nació múltiple el viento como un Ave Fénix, esencia del fuego, que del humo su vuelo emprendió extendiendo sus alas, brillando como la luz del sol para cuidar al mundo entero.
¡Símbolo viviente de la inmortalidad y de la resurrección!

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