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jueves, 21 de febrero de 2013

Cálidos crepúsculos


Cálidos crepúsculos, junto a tu lado, frente al mar, el horizonte cuajado de mil colores polifacéticos nos envuelve en su magia de espejismo, de visiones que nos transportan a nuestro mundo de dos, hundiéndonos lentamente en la inmensidad del cielo.
Cálidos crepúsculos, admirable naturaleza, siempre la misma y diferente, maravillosa de belleza, renovada constantemente que nos sumerge en oleadas de pasión frente al sol anunciando su poniente bajo la celeste amplitud.
Estos momentos imborrables son fuente de inspiración de poemas de amor y manantial de ritmos y cantos y los versos como tesoros escondidos surgen en estas tardes de escarlata.
Cálidos crepúsculos, denme a beber la poesía en el raudal de meditaciones sin fin como salmos que desbordan cielos y tierras.
El himno al amor todo lo ennoblece, todo se agranda a sus clamores, el firmamento resplandece, la tierra se cuaja de flores.
Cálidos crepúsculos, hay en su grandeza, ternura que fulgura, armonía que se potencia en segundos apenas y los versos vuelan con las aves, los rumores de los ríos.
Es la hora del amor, retornan a los nidos, las leves golondrinas, sus alas son dos mimos flotantes en el viento, los bosques se adormecen y velan las colinas, es el momento del recogimiento y del silencio profundo surcado por suspiros apasionados.
Poco a poco, puéblense de sombras el ambiente y levántanse del fondo de nuestras almas los sagrados sones de nuestro amor descendiendo por diáfanas escalas a nuestros cuerpos temblorosos de pasión.
Cálidos crepúsculos, como música con ritmos sin fin, son instantes que la ilusión guía, la tarde apaga sus colores y los astros encienden sus lumbreras, nuestros corazones palpitan y vibran al unísono en un total arrobamiento de confidencias y secretos íntimos.
Parece que flotamos en una suave cadencia entre el cielo y el mar, nuestros pies no son pies, son alas de aves, bajo el fanal errante de la luna que despacio asciende con su áurea luz, espectral y hermosa, dilatando el paisaje que nos protege, nos cobija como un temblor de encaje.
Luna que comienza a alumbrar nuestro camino, vago y blanquecino hacia nuestro nido cálido y embriagador de dichas supremas.
Cálidos crepúsculos, luces que el cielo envía como poesía ardiente en el atardecer nostálgico, conduciéndonos entre bellezas de luces al encuentro de nuestros cuerpos que se buscan con ardor y entrelazan entre hilos de ternura, contemplando absortos la imagen del cielo unida a la forma de la Tierra.

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