Mi Verso es un Canto

Mi verso es un canto, se desliza en mis hojas en blanco como un cisne en aguas de un lago, despacio, con ternura y paz.

La tarde pura de mi verso me da gozo al corazón y calma a mi alma.

Mi verso son lentas escrituras como el humo gris de las fogatas que lleva el viento sur por las noches hacia las estrellas.

Mi verso es un canto de campanas al vuelo, que trepidan el aire con su música de plata.

Solas las palabras con suspiros en suave tiempo imaginario rumorea una cadena de flores en transparencia de sueños.

Mi verso es un canto, nace de un corazón de agua y miel en una cascada de sonrisas y vaga llegando a las hojas que lo espera con música del alma.

La inspiración mana sin saber por qué y las palabras fluyen con acordes melodiosos recorriendo la corriente de mi mente como voces que parecían enmudecidas de los tiempos inmemoriales y que de pronto, como por milagro, recorriendo un largo camino aparecieron dando señales de existencia en pedazos de hojas desteñidas por el tiempo.

De mis ríos interiores, bien oculto estaba el verso durmiendo la esencia de su ser, despertó en una luz que estaba retenido en pimpollo en mi alma que al infinito ahora se alarga.

Mi verso es un canto, como hilos que conectan las estrellas y el mundo, como niebla que se fuga a las nubes más allá del horizonte.

Mi verso es un canto, como veladas voces cuyo velo aparto para que purificadas y transfiguradas se van en el aire meciendo su esencia y llegan desde lo hondo con delicadeza y alegría, como gotas de agua, despacio y de a una, al papel donde bailan una danza sin fin.




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miércoles, 24 de abril de 2013

La Plaza del amor



¿Por qué lugar de esta plaza impreciso y misterioso se entra al interior de nuestra alma?
Es un lugar secretísimo, leve, amplio, donde imperceptiblemente se deslizan los sentimientos más íntimos, los desconocidos por el resto de las almas mortales, quietas, en sus bancos de siempre pensando en el ayer.
Una vez, hace tiempo, sentí un cosquilleo suave, ineludible y es que la plaza de mi alma se había abierto hacia lo lejano, buscando lo que más importa en la vida, el amor que nos inunda de fe, esperanza, caridad.
Plaza de silencio que nos llega hasta el alma sin saber de qué ruidos está hecha: pelotas girando, trompos danzarines, cometas entre árboles, tintineando bolitas multicolores entre el suave pasto.
Plaza por donde sin sombras pasan las letras antiguas, lengua del paraíso, sones primeros, vírgenes y en el aire del mundo se estrenan en los rincones los nombres de los gozos primeros, que se olvidaban luego para llamarlo todo de otro mundo al hacerlo otra vez: nuevo son para el  júbilo nuevo.
En ese paraíso de los tiempos del alma, la plaza en paz deja amores y nombres en realidades sin huellas, sin memoria ni en signos, percibiéndose apenas, nítidos y momentáneos.
La plaza como extensión abierta de la gracia y de la melancolía, nos dejó trasegar la ternura de los campos, las acequias del celo de la esperanza, la tierra amedrentada y firme como prado de libertad, honda muralla sin sonrojo que corre por las venas al seno de la comunidad.
Cerca, muy cerca de la plaza el alma en antiguo brocal de musgo y verde arrebata el deseo creciente de las aguas entrando despacio, muy espacio al mirar de los ojos tiernos.
Otras sensaciones mueven en mi pecho la plaza dulce y virgen que en ilusiones vuela a mis sueños y nos olvidamos de sus grietas, sus baches, sus surcos, sus zanjas, sus charcos que en un mar alado de geográfico equilibrio nos lleva al mundo real y cósmico de esta vida.
Conservamos los labios sobre el borde de sus senderos y esperamos que nazca el verde que refresque nuestros sentidos.
Y en el largo alumbrar del movimiento, la plaza, lentamente, hace sin sonidos las notas del silencio, quemando los caminos cerrados, curvos, para que el alma alce vuelo sin dudas, ahogando en desazón el pensamiento, deteniendo las horas y la ramazón elástica del viento.
Tú, plaza, déjanos ir por el aire tibio y perfumado que nos invita entre ramos verdes que cercan nuestro sosiego aquietando nuestras ansias entre laureles florecidos.
Eres tú, plaza del alma quien corona los vientos serenados y donde boga el sol con sus cánticos unánimes, el brillo de nuestros bienes ya logrados, atravesando tus curvas, tus rectas, tus círculos para que el aire llene el vuelo de los ángeles en la plaza del amor.

Señales de prodigio


Señales de prodigio que acompañan el milagro del amor entre estallidos de luces multicolores en la triunfante noche.
Indicio de portento, signo que nos lleva al aroma que ilumina las mañanas perfumando la ilusión de que el verdadero amor nos encontró.
Percibir con asombro que otra alma nos buscó, llevándome, sinuosamente hacia el descubrimiento del amor.
Señales de prodigio, la melodía vibrante acaricia los sentidos, fascina la imaginación, modula la ilusión y nos conduce a un cosmos de irresistible sonidos.
Señales de prodigio, maravillas sin fin, ópalo que abrillanta sus colores con infinitos tornasoles en una inminente consecuencia del fulgor de tu amor.
Vivir amando como ama cada gota de lluvia en el surco seco del camino, que aguarda la señal del suspiro que se eleva por el aire como caricia al viento.
Señales de prodigio, sonidos que cautivan, instintos que convocan, arrebatos de emoción como estelas de ensueño.
Señales de prodigio, vivo amando en la danza incomparable de un ensueño que sueño despierta que hace en vigilia recordar en la oscura memoria los pasados  sentidos de ayeres vividos.
Estelas de portentos, soy feliz en el aire, dejándome en tus brazos volar sin rumbo, los dos juntos, porque el aire lleva al colmo las ternuras del tacto.
Señales de prodigio, soy feliz en la luz, contigo a mi lado, enajenados de amor en dorada dulzura, llegando a los luceros lejanos.
Océano de amor, sí, el darse cuenta de que amarnos nos lleva al inmenso.
Lo más inmediato de lo inmenso es ese océano vibrante ¡brillante! ¡pleno de vida! enjugados de vida en el lago del amor divino… flotando… en un devenir continuo.
Señales de prodigio, el abrazo se hace anhelante y fundido, el beso ansioso busca mis labios para que la dicha me inunde en felicidades que susurran, que vuelan de la rama y del pájaro por los caminos, ahora ya no cerrados.
Atisbo de luces titilantes que me protegen y alumbran en un tiempo en el que el amor se queda suspendido en un plano de poemas internos y en un hacer irreprochable, impecable, total y verdadero.